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Corteza


Jardín surrealista, de Edward James

El hacha pidió al arbol su mango. Y el árbol se lo dio.

Rabindranath Tagore.

Tarde o temprano nos encontramos en la situación de dar a nuestro oponente las herramientas que le servirán para asestar su golpe más certero. Los oponentes existen, y son, entre otros personajes, aquellos a los que quisimos y que nos quisieron. Esos que pueden dañarnos aún con total falta de conocimiento.


Como los quisimos, confiamos. Y esa entrega practicada que se vuelve automática al cabo de cierto tiempo, no excluye poner en manos del otro nuestra propia seguridad. Es también una prueba brindarse de esa forma, y hay chances de ganar el tesoro que es saberse cuidado.


Cuida el que, pudiendo invadir, retrocede; el que pudiendo atacar se recata. Y parece que hablamos de la guerra pero no: se puede invadir la privacidad si se tiene acceso a las contraseñas, y es posible atacar el punto más débil teniendo la información necesaria.


Qué poder estar del otro lado, saber que tenemos el filo y el mango y, aún así, evitar el golpe; qué satisfacción la de no necesitar ni filo ni mango. De magnitud similar son el poder y la satisfacción de dar el mango sin miedo, como hace el árbol con el hacha. Y al igual que el árbol, que está arraigado en la tierra y no tiene escapatoria, lo único que nos protege es la fortaleza adquirida gracias al tiempo y las circunstancias, la corteza que se engrosa en el entorno inclemente, y que preserva la savia más tierna en su interior.

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