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¿Quién le cortaría el pelo a Sansón?


Hair, de Louise Bourgeois

Nunca nos ponemos en la piel de Dalila, que reduce al héroe al rasurar su cabellera. Nos identificamos con Sansón, cuya violencia colosal tiene una raíz compartida con su seducción; que el cabello largo es un elemento de seducción se adivina por la cantidad de religiones y movimientos represivos que proponen el rapado.


Sin embargo, a la hora de relacionarnos, queremos con todas nuestras fuerzas cambiar al otro, sin advertir que la raíz de su defecto es la misma de donde nace su atractivo. Me siento la Dalila de muchos Sansones toda vez que el germen de la insatisfacción ante un comportamiento ajeno me hace desear que el otro cambie.


Últimamente hice el ejercicio de buscar la otra cara de lo que yo veo como un defecto en los demás, asumiendo, claro, mi completa parcialidad en ese juicio. Y el resultado fue descubrir que la faceta luminosa, lo que me imanta de esa persona, en todos los casos tiene una raíz común con lo que me provoca rechazo. La misma fibra está presente en ambas caras, es el germen de la persona, de tal forma que si pretendo que la fuerza bruta de Sansón se reduzca, no puedo preservar el encanto de su cabellera. Prefiero aprender a lidiar y tal vez contribuir a educar esa fuerza, o escapar cuanto antes.


Si ya conociste el dark side de la persona que más te gusta, hacé el ejercicio de imaginártela sin ese componente: ¿seguirá viva? Si yo pudiera ser una persona distinta a la que soy, elegiría ser menos exigente con los otros, tener menos expectativas, menos obstinación… pero siendo la persona que soy sólo me queda lidiar y tal vez educar esos aspectos, o huir lo más rápido posible.

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