No te canses
La cama, Henri de Toulouse Lautrec
Escuché a DeRose explicando esto con respecto a los músculos: la musculatura lisa, que se encuentra en los órganos internos, no se cansa ni se estresa. Con el paso de los años va perdiendo tonicidad y flexibilidad tal vez, pero comparando con la musculatura estriada, la que encontramos en las piernas y brazos, que sólo soporta esfuerzos isométricos sostenidos por unos minutos u horas como máximo, la musculatura involuntaria no experimenta agotamiento.
Nunca se cansa de latir el corazón, ni de respirar el pulmón, hasta el fin de sus días. Sí te cansás de prestar atención a las pulsaciones o de respirar voluntariamente, esas acciones tienen un límite bien próximo. Por lo tanto, lo que se cansa es lo que tiene chance de cansarse.
Hay un sinnúmero de actividades corporales, emocionales y mentales que tienen “derecho” al descanso. Derecho entre comillas, porque muchas veces el descanso constituye el hiato por donde se filtran la frustración y la indolencia. Si entrás en el paradigma del cansancio, la decadencia te va a parecer lógica. Si conocés un poco el organismo por dentro, ante la evidencia de todo lo que no se cansa, te van a dar ganas de aguantar un poco más cuando pinte la ansiedad por el descanso.
Hay una forma muy simple de instalar un nuevo paradigma en relación con el cansancio: hacé más cada vez. Que la primera vez, cuando más “descansado” estás, sea la menos extensa. Esto vale para todo lo que tiende a agotarse, desde retener el aire en los pulmones hasta hacer series de lagartijas. Que la última sea la más extensa, la más poderosa, la más exigida. Vale lo mismo para el estudio: que la primera incursión en la lectura sea la más leve, y que el tiempo de concentración vaya gradualmente en aumento.
Algunos buscan el permiso para tomarse un respiro. Prefiero el lujo de no necesitarlo.