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El orden de las cosas


Ben Vautier interpretando a George Maciunas (Flux Festival at Fluxhall, New York, 1964; foto: G. Maciunas)

A veces me levanto y empiezo a hacer todo al mismo tiempo, sólo que algunas cosas van primero y otras van después. Si no respeto este orden, en el afán de ganar tiempo, lo pierdo.

Y pensando en la disposición de las cosas, me di cuenta de que, en la comunicación, el entendimiento también depende de respetar un cierto orden. Quienes lo descubren y lo mantienen consiguen establecer mejores vínculos y preservarlos por mucho más tiempo. ¿Por qué uno tarda tanto en entender que si quiere libertad y no da confianza como primer paso, la cosa no funciona? Esa confianza es la misma que da el gato que va a pasear por los tejados y vuelve siempre. Si no aparece, su dueño piensa que algo se lo impidió y se preocupa con cariño, y cuando lo ve llegar el alma le vuelve al cuerpo.

Cuando queremos algo con intensidad tendemos a atropellar un poco al resto del mundo. De afuera, el que nos observa ve a un corredor sonámbulo que va chocando con las cosas sin detenerse a verificar los daños. Y al alcanzar el objetivo, es muy habitual que esos pequeños descuidos ignorados amarguen el sabor de la llegada, transformándola en una decepción.

Hay un orden en la mañana: si no me baño antes de vestirme en algún momento voy a descubrir que me salteé un paso previo necesario para salir al mundo. Si quiero recibir algo, tengo que encontrar la manera de dar algo (no necesariamente lo mismo que yo busco, que al otro puede serle indiferente). Si en mi carrera alocada derribo un objeto, quiero tener la percepción aguzada para retroceder y acomodarlo, no sea cosa que le aparezca en el camino al próximo.

Quiero ir lo más rápido posible. Pero ese “posible” contempla seguir un orden que probablemente me permita ahorrar el tiempo de volver a entrar a casa porque me dejé las llaves en algún lado.

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