Control
Imagen extraída de https://www.etsy.com/market/skeleton_key_art
Controlar es morir un poco. Quienes sienten que controlar es una ventaja, nunca experimentaron la sensación de dar libertad. Lo más probable, en realidad, es que la hayan olvidado, por tratarse de algo que no se encuadra en las categorías habituales de sentir.
Hay un regodeo insano en el control. Los señores creadores de las redes sociales saben de esto y lo explotan cada vez con menos discreción, usando como única alerta para la moderación el delgado equilibrio entre el ansia de control y el ansia de libertad, o sea: ¿hasta dónde estás dispuesto a ceder tu libertad para controlar a los otros?
Esa es la pregunta velada por detrás de las innumerables configuraciones posibles de cada uno de esos canales de comunicación personal o masiva. Y de los que son celosos de su intimidad, algunos buscan escapar sustrayéndose al Gran Hermano, con la desazón de descubrir cuántas puertas empiezan a cerrarse ante la negativa aparentemente inocente de tener un avatar virtual. Otros, se juegan a expresar sus gustos sin medir las consecuencias, y terminan siendo presa fácil de los controladores, que de mil maneras veladas van carcomiendo ese trozo preciado.
Una tercera opción es la discreción. Siempre me gustó llegar a una merienda y ser invitada a servirme “a discreción”. De alguna forma no demasiado mental yo entendía que eso significaba “merienda libre” y al mismo tiempo “con moderación”. “Discreción” viene de “cerner”, que es “separar con el cedazo la harina del salvado y otras materias sutiles”[1]. Y hablando de separar, no necesariamente la libertad conduce hacia la voluntad de control. Se puede desarrollar una sin alimentar la otra, y al mismo tiempo salvaguardarse del deseo de control ajeno preservando la discreción.
[1] Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Joan Coromines.