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Cariño



Imagen extraída de Find the Art in Life

Necesitamos tanto del contacto corporal, ya sea en forma de caricia, de abrazo, de juego… En la infancia lo recibimos de los padres; en la adolescencia lo practicamos con los amigos, con los primeros amores; más adelante con las parejas; a continuación con los hijos… hasta que un día son llamados por otros amores. Cuando eso pasa debe tener lugar la crisis más grande de la vida, el momento en el que hay que saber generar ese cariño, hasta que lleguen los nietos.


¿Pero qué pasa cuando no hay hijos, mucho menos perspectiva de nietos? ¿Qué pasa cuando no hay una pareja, cuando las propias elecciones te llevan lejos de esas vías socialmente aceptadas de dar y recibir cariño? Una de dos: o se forma una costra protectora en que se logra sobrevivir sin notar esa ausencia (así como se puede subsistir sin abrigo, o sin higiene, claro que a costa de perder salud) o se usa la creatividad para abrir nuevas rutas.


No sabés qué piensa el otro, el amigo, el hermano, el familiar con respecto a tu cariño descarrillado (descarrilado = que se sale de las vías existentes). Él mismo no sabe si lo aprueba, se debate entre digerirlo como un trago exótico o rechazarlo como a un colado en la fiesta. Y es gracias a esas incertidumbres cotidianas que el espectro de sensorialidad crece, o mejor dicho, se revela. Cuando entrás al terreno en que no funcionan los antiguos códigos, no sentís lo que estás acostumbrado a sentir. No obstante, lo desconocido precisa disfrazarse de normalidad para que lo registremos un segundo antes de ignorarlo de plano. Por lo tanto, adormecé un poco esa sensibilidad despierta que sólo puede despertar a otros si llega con su tarjeta de invitación a la fiesta.


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