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Lugar, parte XI


Mi lugar forma parte de esos sitios a los que uno se entrega sin buscar pertenecer, y sin querer tampoco adueñarse. Mi lugar está lleno de atractivos que sólo se revelan al observador distraído, ocultos a la mirada avizora y al oído curioso. El proceso por el cual se dan a conocer esos encantos depende enteramente de circunstancias en apariencia fortuitas que, sin embargo, nunca terminan siéndolo.


Cada uno encuentra una belleza diferente en mi lugar. Hay quienes dicen conocerlo como la palma de su mano sin llegar a saciarse jamás de su riqueza, y otros que lo describen con la misma simplicidad hechizada de los recuerdos de la infancia. En definitiva, no hay un acuerdo sobre el origen del magnetismo de mi lugar, y por eso existen tantas guías turísticas como habitantes.


Nadie sabe pasear aquí; todos caminan presurosos, poniendo en marcha el motor de sus rutinas cotidianas, pero sin olvidar que lo maravilloso se presenta en un día común, en la calle más transitada, en el café de la esquina. Buscan sin buscar, y la mayor parte de las veces encuentran algo inesperado. Y cuando la sorpresa inunda los días, ya sea con su presencia que va haciéndose familiar o con la expectativa de su aparición súbita, los reflejos se mantienen en alerta y los músculos se tensan en una anticipación emocionante.


Es hora de ir a dormir, pero los moradores de mi lugar no saben qué les depara la noche: no tienen la mínima sensación de que esta será igual a otras noches, cada noche tan única en su género como las estrellas y los planetas.

Imagen: Detalle de Constellation, de Kumi Yamashita

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