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Lugar, parte X


Solarium, de William Lamson

A la gente le cuentan sobre mi lugar, pero si no se vive, no se sabe; no es posible imaginarlo. Todos los fragmentos descriptivos que circulan sobre mi lugar, sumados, son superados por la experiencia.


En mi lugar se baila una y otra vez hasta llegar a ese sitio en que nació la alegría. Y cuando esa sensación se recupera, se la comparte con pelos y señales con todos los presentes. En mi lugar el día y la noche son momentos igualmente válidos para disfrutar de la compañía y de la soledad, no relegamos ningún momento del día a la prisión de tener una única utilidad.


Las cualidades personales florecen en mi lugar, y el perfume que emanamos es percibido con buen ánimo por los que nos rodean; a veces, alguno que otro empieza a brillar con fuerza, y pronto algunos se acurrucan muy cerca como si quisieran tomar un baño de sol matinal. Eso es bien visto en mi lugar, siempre que sea pasajero. Todos los soles deben brillar por su propia naturaleza, si no, serían satélites.


Buenos días son en mi lugar aquellos que impregnan la atmósfera de una multitud de chispas. Si ese chisporroteo envuelve la piel y pasa al interior del organismo, entonces los buenos días pasan a ser una compañía silente e incondicional de su portador.


No se crea que no hay esfuerzo invertido en las virtudes de mi lugar. El trabajo acompaña cada instante, fecunda los momentos de ocio y de inspiración, aun en sueños vislumbramos qué hacer mañana. Pero más allá de la intensidad del trabajo, el mayor desafío consiste en dar la máxima libertad, aceptando incluso que este paraíso no es el anhelado por todos (aunque me resulte sorprendente y a veces vea partir a las personas más queridas).


Imagen: Solarium, de William Lamson

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