Espacio conocible

Tipos de sal en la alquimia

Aprender por el placer y no por el sufrimiento. Pero ¿cómo empezar, si lo que se quiere aprender es lo que no se tiene y contemplar esa falta siempre genera una necesidad, una insatisfacción y un ansia? Es cierto que el momento de contemplar ese hueco puede ser vertiginoso, pero la sensación ante ese vértigo es enteramente personal. Hay quien sufre por anticipado las consecuencias de una posible caída, y quien fantasea con escalar las paredes o hacer un vuelo rasante.

Una vez más, descubro el papel protagónico de la subjetividad en la percepción de la escasez o la abundancia de la situación de no saber.

A medida que pasa el tiempo, se puede ir instalando la sensación de que “lo que no hiciste hasta ahora, lo que no aprendiste hasta ahora, ya fue”. O su opuesto, que sería: “apurate a hacer y aprender todo lo que quieras porque el tiempo no es infinito”. Y así es como vamos encontrando por el mundo ancianes de treinta y adolescentes de sesenta.

No se sabe, ergo, hay espacio. ¿Será el mismo espacio necesario para mover las cosas internamente? Porque en ese caso me guardaría muy bien de ocuparlo: un cuarto lleno de muebles permite pocas acomodaciones, a un costo energético y logístico alto. Por suerte, el espacio de conocimiento de que disponemos (que no es espacio mental, sino también corporal, emocional y muchos otros) no puede ser medido de forma tan precisa. Siempre nace algún prodigio que nos sorprende con un uso desproporcionadamente eficiente de los mismos recursos que todes tenemos, lo que me hace pensar en la no espacialidad de nuestras capacidades. Esperemos que, por un buen rato, la ciencia permita seguir soñando con la falta de límites de nuestras capacidades. Porque en el momento en que tanteemos esas fronteras, aunque sea con la imaginación (el hecho de que sean “científicamente comprobadas” no retira a la imaginación de la ecuación), corremos el riesgo de poner paredes al espacio abierto.