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El punto justo


El péndulo de Foucault

Vas al cine, al teatro, te comés un helado, vas a la clase de historia del arte y a danza. También aprendés a tocar un instrumento. Mientras leés, escuchás música. Te llenás de cosas redondas y cuadradas, que se van acomodando en un espacio que pareciera no tener límite. Pero lejos de sentirte lleno, tu apetito crece y es insaciable. Una leve sensación de inquietud te acompaña en todas tus actividades, pero está todo bien. ¿Qué puede andar mal en esta nutritiva y completa semana? Si estás en edad de formación, en ese quinto (o cuarto) de tu vida en que se te concede el permiso de apenas absorber, la inquietud se reduce casi a cero.

Una inquietud parecida, aunque causada por acontecimientos opuestos, siente el otro que anda a mil con el trabajo, atendiendo a su familia, cuidando aplicadamente de los suyos, apresurándose para llegar a horario a los compromisos de otros, haciendo constantes proezas de generosidad.

Ambos están en movimiento, uno sólo recibe y el otro sólo da. Uno apenas asimila, el otro sólo se posterga. Algunos logran un flujo más parejo entre la absorción y la entrega. Pero hay un tercer sentido posible.

El que da y recibe sin conocer el destino o el origen, que hace para otros que ni conoce ni nacieron aún. Que tiene los poros abiertos al mundo de tal manera que aprende historia del mendigo y extrae de una conversación la sustancia que lo alimenta durante meses… ese se independizó de las transacciones convencionales del conocimiento y la experiencia. Puede fallar más o menos en los intercambios sociales de rutina, pero la picazón que lo aqueja es de otro orden.

Se puede elegir entre esos tres polos, o encontrar un punto que combine un porcentaje de cada uno de ellos. En los extremos hace falta un convencimiento férreo para aguantar la picazón, aunque dicen por ahí que sarna con gusto no pica.

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