top of page

Fue tan increíble que no pude ni sacar una foto


Autorretrato en espejo, de Edward Steichen

Ocupamos alternativamente una u otra posición: espectadores o actores. Últimamente, la cultura de la exposición nos impulsa a estar pendientes del momento foto o video, somos voyeurs alertas del mundo circundante, porque es difícil producir en la cantidad necesaria como para saciar las ansias de mostrar que tenemos -y que son alimentadas por una exigencia colectiva de saber del otro de esa forma, para contratarlo, para cortejarlo, para quererlo…-.

La vida pasa en gran parte por una reproducción de la vida. Un chiste del momento es masticado por varias bocas, tal vez ajenas al círculo de influencia del cuentista original. Y no nos cansamos de rever ese videíto enternecedor de la persona querida que vive en nuestro bolsillo, algo para lo cual hace pocos años teníamos que montar una puesta complicada (cassette, reproductor, tal vez proyector).

La sospecha que me agarró es que las experiencias que realmente nos marcan, esas que querríamos atesorar para siempre, demanden una atención tan exclusiva que difícilmente podamos jugar a ser observadores y registrar el momento para revivirlo más tarde. Esas vivencias tan intensas te hacen sentir cualquier dispositivo como una barrera entre vos y el mundo, justo cuando querés más que nunca estar fusionado con el mundo. ¿Serán esos acontecimientos tan potentes por su propio mérito o por el brillo del que los investimos cuando les dedicamos nuestra atención absoluta?

Tengo la sensación de que en el futuro, cuando sea muy viejita y quiera acordarme de esas experiencias, voy a tener que acudir a un sistema más evolucionado que las fotos y los videítos, que permita un rescate directo del momento en que el observador y el objeto de observación son una sola cosa. Con un poco de viento a favor, podré compartir mi propia memoria con otros. Y hay una posibilidad de que ese sistema continúe siendo simplemente la narración.

Entradas destacadas
Entradas recientes
bottom of page