Más o menos ganas
(Este artículo fue inspirado por Ignacio Peleretegui).
Las ganas están desatadas. Hacer lo que se te da la gana tiene mucha prensa, y ese bombardeo de mensajes de tipo “permitítelo” está presente en las calles y en las casas. ¿Será una reacción a las imposiciones que sufrimos diariamente? ¿O será que hay menos imposiciones que en otras épocas y entonces las ganas encontraron su espacio para hacerse valer?
Más allá de los motivos históricos que originaron esto, hoy las ganas son un peso pesado. No lográs construir grupalmente si no considerás las voluntades individuales, e incluso los caprichos. Y a vos mismo te cuesta levantarte de las solapas y ponerte a producir, si no contás con la anuencia de las ganas. Por eso es fundamental aprender a producirlas. Y también a desapegarse de ellas, para que no tiranicen nuestras elecciones.
¿Cómo se producen las ganas? Es tentador pensar que si las razones son lo suficientemente relevantes, uno se pone las pilas y las ganas nacen, pero no funciona así. Cuántas veces las motivaciones profundas no encuentran eco en las disposiciones cotidianas, marchitándose en la oscuridad hasta ser completamente olvidadas. Pero ya contemplé el nacimiento de las ganas, y a mí ese proceso me parece más parecido a dejar un espacio que a traer algo nuevo.
Me explico: cuando estoy desganada y sé que me vendría muy bien que una tarea puntual me seduzca, en vez de hacer fuerza me dejo llevar un poco, no mucho, hacia cualquier lugar al que me conduzca la espontaneidad; en ese vacío de presiones la voluntad se expresa mejor, y si bien no siempre coincide con la tarea que mentalmente considero relevante encarar, se enciende ese motorcito adentro y me saca momentáneamente de la apatía. Dejo por un rato que las ganas me inspiren haciendo cualquier cosa, y cuando esa sensación crece, siento que puedo apuntarla gradualmente hacia mi objetivo.
¿Cómo uno se desapega de las ganas? Cuando pienso en lo opuesto, la inapetencia, también me viene a la cabeza la forma opuesta de producir cosas, sin contar con el motor gánico*, y la palabra que me viene a la cabeza es abnegación. Y lo siguiente es pensar en mi abuela, que se comía siempre la costra del pan, no porque le gustara sino porque “alguien tenía que comérsela”. La renuncia en beneficio de otros, el altruismo, la abnegación pueden existir sin estar asociadas al sacrificio cuando otros motores no-gánicos (el sentido de misión, el ideal, el amor…) se ponen a funcionar. Y pese a lo que podría uno suponer, es sumamente liberadora la sensación de poder hacer algo con felicidad y sin ganas.
*La autoría de esta palabra la debemos a Federico Peralta Ramos, que en 1968 creó una «nueva religión», que bautizó “Gánica”. Ser gánico significa hacer siempre lo que uno tiene ganas de hacer.