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Santa paciencia


Naturaleza muerta, de Juan Sánchez Cotan

Me resulta más difícil condenar las costumbres ajenas cuando son vagas que cuando son definidas, cuando no tienen apariencia de costumbre sino de puro devenir. En lo declarado me ubico, en lo inesperado tiendo a despistarme. Y en este caso es mejor.

Es inútil pretender que el mundo sea descrito por anticipado, pedir una especie de manual de instrucciones antes de poner las manos en el mecanismo. Y todos los seres humanos, tarde o temprano, llegamos a actuar de manera imprevisible, incoherente, fuera de todo pronóstico. El reclamo no se hace esperar, la defraudación pide explicaciones. Y a veces no las tenemos.

Ahí aparecen algunas posibilidades: intentar hacer encajar la teoría con la práctica, adaptar las líneas rectas del discurso a las curvas de la acción, lo cual revela diferencias insoslayables. Otra es tomarlo como un error de recorrido y recalcular, pidiendo las disculpas del caso. Una tercera es aceptar que lo redondo y lo recto coinciden solo en un punto, y que las diferencias entre lo que se dice y lo que se hace son parte de esa falta de coincidencia de base.

En cualquier caso la paciencia es clave. A veces la obtienen como privilegio los que se esforzaron hasta el final, si bien todos la reclaman como merecida en los momentos de incoherencia. Lo cierto es que la paciencia depende mucho más del que la ejerce que del que la reclama, y no es raro ver que el que menos trabajó para lograrla la reciba y al más esforzado le sea negada.

Nos cabe ser pacientes. Hasta con la falta de paciencia.

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