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La montaña


Europe after the rain, de Max Ernst

Veníamos de una subida lenta pero constante, esas subidas que pueden prolongarse indefinidamente sin dejarte con la lengua afuera. La sensación de que todo iba bien nos acompañaba a cada paso, porque nuestra estabilidad como equipo estaba probada hacía tiempo. De repente el paisaje cambió.

Se habían acabado la estabilidad y la suerte, y de pronto era preciso hacer uso de habilidades que hasta ese momento no se habían revelado necesarias. Por más que me costara admitirlo, la travesía había sido exitosa hasta entonces, básicamente, porque las condiciones eran propicias.

El bagaje de conocimientos y aptitudes alcanzó para mantener un nivel razonable, pero que estaba muy lejos de nuestras ambiciones herederas de los inicios promisorios del proyecto. Dedicamos un tiempo más que considerable a averiguar cuáles eran las nuevas destrezas que debíamos desarrollar para empezar a salir del estancamiento y subir otra vez pendiente arriba. Y en esa búsqueda me encontré como líder ante una evidencia desafiante: para que todos subieran, yo tenía que subir.

Necesitaba pasar al nivel siguiente, liberar el espacio que ocupaba, en otras palabras, dar un paso. Era la única manera de que las nuevas alternativas de acción fueran percibidas como responsabilidades por el equipo: dejar libre la próxima saliente, para que todos pudieran ascender en aspiraciones y compromisos.

Si como líderes crecemos, inspiramos a otros a que crezcan. Y eso solo se produce cuando nos situamos en un punto más alto de observación, aunque sea arriesgado. Solo hay un lugar en que uno logra apoderarse de un nuevo espacio: in situ.

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