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El otro


No hagas a otros lo que quisieras que te hagan a ti.

Sus gustos pueden no ser los mismos.

George Bernard Shaw

Dar por sentado es la base de la sensación de ajenidad. Cuando das por sentado que el otro va a sentir o a reaccionar de determinada forma te encontrás con la diferencia de lleno, lo que puede ser sorprendente o aterrador. “No hagas a los otros lo que no te gustaría que te hagan” es el más ingenuo consejo, simplista hasta el tuétano, que no contempla siquiera hacer el esfuerzo de mirar al otro, de prestar atención por un momento a su deseo particular.

Somos distintos. Crecemos cuando conocemos a otros, cuando acoplamos a nuestro mundo vivo los parámetros y sueños de otros. A veces hacemos el esfuerzo de parecernos, de entrar en el mismo carril, aunque apretados, tal vez con el fin de llegar al mismo sitio; pero no es lo mismo caminar lado a lado que ocupar un único espacio.

(Tengo mucha dificultad para hilvanar estas ideas fuera de horario. Las expectativas de los demás llenándote la cabeza, los golpes a tu puerta que hoy es un teléfono que ya no es un teléfono, es una puerta).

El impredecible mundo de los demás es el nuestro también. Formamos parte de ese ser múltiple y damos indicios a cada momento de cómo queremos ser tratados, voluntariamente o no. El entorno nos devuelve reflejos que danzan a nuestro propio ritmo, y que mantienen el paso mientras no modifiquemos nada. Cuando cambiamos algo, abrimos una rendija en la relación con el mundo, dejamos que por un instante el flujo de ida y vuelta se intensifique, y empezamos a sentir. Y eso que sentimos, así de sorprendente o aterrador, no es nada menos que lo que llamamos aprendizaje.

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