No saber qué desear
Art puzzle para iPad
Me pasa desde hace varios años que cuando me pregunto sobre mis deseos a futuro, lo primero que me surge es “que todo siga como hasta ahora”. No es que mi vida sea perfecta, que no haya lugar para mejorar las cosas, pero sí me gusta todo lo que la conforma, y siento que lo que querría cambiar o pulir llegará con el tiempo. Una especie de confianza en la buena estrella, en que los cambios necesarios ocurrirán como hasta ahora, y serán positivos a la larga.
Cuando me pregunto de dónde sale este optimismo con respecto al futuro —en mí, que no espero precisamente lo mejor cuando miro a corto plazo, tal vez por un exceso de precaución rayano en el miedo—, atribuyo su origen a mi infancia: tuve la suerte de nacer en una familia demasiado especial, que me arropó con algunos abrigos claves que me permiten mirar el hacia adelante alegremente: confianza, cariño, libertad.
Sin embargo, desde hace un tiempo fue mudando mi visualización a futuro. Empecé a descubrir que las rutinas que pueblan mi existencia buscaban otro orden, y que para eso hacía falta espacio. Como esos rompecabezas de piezas cuadradas en que un lugar siempre queda vacío a fin de poder mover las fichas, precisaba un cuadrado de aire para ensayar nuevas organizaciones posibles. Mis deseos a futuro empezaron a ser de ausencia, no de presencia. Sin saber para qué necesitaba el espacio vacío, empecé a buscarlo con una certeza interna de que nuevas voluntades surgirían únicamente cuando se hiciera el hueco.
Por eso no me preocupo cuando veo que alguien cercano pasa un tiempo a la deriva, haciendo la plancha, sin ponerse nuevos desafíos y manteniendo el paso al ritmo habitual. Tal vez está queriendo que todo siga, que crezca con el riego diario y no con fertilizante, o simplemente haciendo espacio para acomodar su jardín de otra forma.